miércoles, 11 de mayo de 2011

La llama doble

El amor no busca nada de sí mismo, ningún bien, ningún premio; tampoco persigue una finalidad que lo trascienda; principia y acaba en el mismo. Es una atracción por un alma y un cuerpo; no una idea; una persona. Esa persona es única y está dotada de libertad; para poseerla, el amante tiene que ganar su voluntad. Posesión y entrega son actos recíprocos.
Como todas las creaciones del hombre, el amor es doble, es la suprema ventura y la desdicha suprema […]. El amor no nos preserva de los riesgos y desgracias de la existencia. Ningún amor, sin excluir a los apacibles y felices, escapa a los desastres y desventuras del tiempo. El amor, cualquier amor, está hecho de tiempo y ningún amante puede envitar la gran calamidad: la persona amada está sujeta a las afrentas de la edad, la enfermedad y la muerte […] Todos los amores son desdichados porque todos están hechos de tiempo, todos son el nudo frágil de dos criaturas temporales y que saben que van a morir; en todos los amores, aún en los más trágicos, hay un instante de dicha que no es exagerado llamar sobrehumana: es una victoria contra el tiempo, un vislumbrar el otro lado, ese allá que esa aquí, en donde nada cambia y todo es realmente es. La juventud es el tiempo del amor. Sin embargo, hay jóvenes viejos incapaces de amor, no por impotencia sexual sino por la sequedad del alma: también hay viejos jóvenes enamorados: unos son ridículos, otros patéticos y otros más sublimes. Pero ¿Podemos amar a un cuerpo envejecido o desfigurado por la enfermedad? Es muy difícil, aunque no enteramente imposible. Recuérdese que el erotismo es singular y no desdeña anomalía.


Octavio Paz

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