Me transformo.
Prácticamente podría ser comparada con una prostituta, me río.
Sí, exacto.
Una prostituta cambia completamente su mirada y su vestir a la hora de desempeñar su labor. Cambia los colores con que suele vestirse a la luz del sol por otros insinuadores frente a una luna expectante. También cambia su mirada, tal como si se pusiera anteojos, como si fuera una prenda a la cual puede ponerse y quitarse al antojo. Su mirada más dulzona la guarda para momentos que merezca recordar y la suplanta por una mirada de deseo barato.
Cambia el pantalón ancho que suele usar en días fríos por una faldita corta que deja a mirada de todos su piel morena y desgastada.
Cambia su manera de caminar y la forma en que sus brazos se mueven al compás de sus caderas, hasta parece que su cuerpo nota que es hora de partir al turno de noche ya que su piel toma un aroma distinto, más pestilente pero no desagradable. Un aroma a sexo rápido, a manos desconocidas y a alcohol de cantina, un aroma que puede llegar a ser embriagador si son las 3 de la madrugada.
Quizás soy una puta de barrio bajo pero no gano ni un solo peso por mi "trabajo".
viernes, 8 de febrero de 2013
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Vanessa Bravo. Con la tecnología de Blogger.
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